domingo, 10 de abril de 2016

La habitación 117



¡Por fin!, mi búsqueda había acabado, estuve mucho tiempo buscando trabajo, ayer a las ocho de la mañana me llamaron del sanatorio Anchorena por un trabajo de camarera, consistía en alimentar a los enfermos, me emocionaba mucho la idea de trabajar.
El primer día pasó muy rápido, mi sector era la parte de la gente anciana, estaba bueno llevarles los alimentos porque eran muy agradecidos y siempre tenían una buena anécdota que contar.
La paciente que más me llamó la atención fue Ester, ella estaba en la habitación 117, era una mujer de aproximadamente 75 años, muy simpática, siempre contaba muy lindas historias y anécdotas de su vida, me daba mucha pena su vida, su hijo ya no la iba a visitar porque había quedado preso por asesinato, y su esposo hacía años que se había suicidado.
Todos los días iba al final del recorrido para pasar más tiempo con ella, siempre le guardaba las mejores porciones de comida pero nunca las tocaba, diciendo que no podía comer mucho ya.
Pasaron dos meses y mi rutina era siempre visitarla, así no se sentía tan sola. Una mañana, después del recorrido diario, fui a verla, pero algo estaba mal, su habitación estaba vacía. Lo primero que se me ocurrió fue ir a recepción donde estaban los archivos de todos los pacientes para saber qué le había pasado.
Claudia, la recepcionista, al escuchar mi pregunta sobre la paciente de la habitación 117 me miró sorprendida, me dijo que hacía ya cinco años esa habitación no estaba habitada por nadie después de que un chico vino con un arma y mató a su mamá. “Desde ese trágico suceso, no hay modo de ubicar a alguien allí, los pacientes dicen que está embrujada y que se oyen ruidos extraños”, me aseguró.




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